miércoles, 1 de febrero de 2017

Lee Brumas

El hombre que acababa de llegar era alto, ancho de hombros y cabello oscuro. ¿Qué tenía de especial, aparte de un porte excelente?, se preguntó Lea. ¿Por qué todos parecían tan afectados?

—Es increíble —oyó que decía Tina a su lado.

—¿Quién es?

—Ormond.

Lea aguardó a recibir más información. Pero no la obtuvo. Era como si aquel apellido, a secas, lo aclarara todo.

—¿Quién demonios es ese tal Ormond, si puede saberse?

—¡Cuida tu vocabulario, Eleanor!

—Vamos, vamos, vamos —la apuró—. Mi pareja de baile se ha esfumado como si hubiera visto a un fantasma, los demás no pueden disimular su incomodidad y tú no me aclaras nada. Tina se la llevó hasta la salita donde se servían los refrigerios.

—Es Clifford Ellis, el duque de Ormond.

—Nunca he oído hablar de él.

—Porque hace mucho tiempo que no vienes a visitarme. No estás al día. Es un individuo extraño y tosco que se mantiene alejado de la aristocracia. Vive aislado en Hallcombe House.

—Ese nombre sí me suena.

—Todo el mundo lo conoce por el Castillo de las Brumas.

—Bueno... —Lea estiró el cuello en dirección al recién llegado—. Pues desde aquí no parece tan extraño —murmuró fijándose en su elegante figura.

—Se dice que mató a su esposa embarazada.

Lea prestó toda su atención a su amiga, ahora ciertamente intrigada.

—¿Estás de broma?

—No. —Se sonrojó un poco, como si de un secreto se tratara—. Bueno, todo el mundo dice que la mató. De todos modos, no pudieron probarlo. Se despeñó desde una de las torres del castillo durante la noche. No hubo testigos.

Las perfiladas cejas de Lea se arquearon.

—Si no hubo testigos, como dices, entonces son solamente habladurías.

—Es un hombre horrible.

—¿Por qué?

—Pues porque... porque... —Se acentuaba el sonrojo en el bonito rostro de Tina—. No disimula lo que piensa. Dice que somos unos parásitos.

—Eso también lo dice mi padre. Le he oído decir mil veces que las personas deben hacer algo productivo en lugar de vivir de las rentas y mariposear entre salones de baile o clubes de caballeros. Y no me atrevería a decir que mi padre es un hombre horrible. Terco, sí. Recalcitrante, posiblemente. Pero nunca horrible.

—Ya salió tu vena de abogada de causas perdidas. ¿Alguna vez te pondrás en el lugar del resto de los mortales? —se irritó su amiga— Ellis es un tipo... intrigante, sombrío. Hasta se rumorea que tiene poderes.

—¿Poderes?

—Ya me entiendes... Poderes ocultos.

—¡Qué tontería! La gente tiene demasiada imaginación. —Centró de nuevo toda su atención en el recién llegado. Le hubiera gustado que él se volviera para poder verle la cara—. Lo único que yo veo es un cuerpo impresionante. No me lo imagino hablando con espíritus.

—Además, se ha acostado con la mitad de las mujeres de Londres.

—¡Qué potencia! —bromeó Lea. De inmediato se puso seria ante el gesto enfurruñado de su amiga—. Los libertinos no me asustan, Tina. En todo caso, me desagradan.

—¡Eres imposible! Supongo que será tu sangre escocesa. Pero, por una vez en tu vida, deberías escuchar lo que te digo, querida. Ormond es peligroso. Algunas veces me he preguntado qué es lo que ven las mujeres en él. Resulta tan amenazador...

Tina se marchó con un revuelo de faldas, moviendo su abanico con celeridad, como un escudo contra los malos presagios. Y Lea se propuso observar más de cerca a Satanás. Un demonio con una apariencia inmejorable, de negro riguroso, muy a contrapié de los colores de moda. Emanaba un halo intrigante que excitaba su curiosidad. Sí, ¿por qué no decirlo?... Resultaba ligeramente enigmático. Se preguntó si su rostro haría honor a su cuerpo. ¿Y Tina no entendía qué veían las mujeres en aquel sujeto? Seguramente estaba perdiendo vista.

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